Cómo aprendí por fin a montar en bicicleta siendo adulta
A la mayoría de la gente le parece tierno ver a un niño pequeño montando en bicicleta. Pero lo que yo siempre he sentido ha sido envidia. “Parece tan fácil que hasta un niño puede hacerlo”, pensaba para mis adentros. Debo admitir que también había un sentimiento de vergüenza. Todos mis amigos saben montar en bici. Excepto yo. Además, queda muy mal que seas entrenadora de fitness y admitas que no sabes montar en bicicleta. Y como vivo en Europa, el ciclismo forma parte de un estilo de vida.
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No hay ninguna historia complicada sobre miedos reprimidos que me haya llevado a no ser capaz de montar en bici. No hay ningún miembro de la familia que muriera aplastado en una fábrica de piezas de bicicletas, por si ya te estuvieras preguntando cosas. La razón por la que no aprendí de niña es frustrantemente sencilla: no tenía bici. Siendo muy pequeña, tuve un triciclo, eso sí. Pero cuando llegó el momento de pasar a una bicicleta de verdad, no pudimos comprarla porque entonces vivíamos en un piso sin trastero y no había espacio para guardar una bicicleta grande.
Han pasado más de 20 años desde entonces. Cuanto más mayor te haces, más difícil resulta ponerse en serio con algo. Y tampoco tuve nunca un motivo urgente ni una fecha límite para aprender a montar en bicicleta. Todo eso cambió cuando me casé. La gran ilusión de mi marido era que montáramos juntos en bicicleta por Central Park, en Nueva York, durante nuestra luna de miel. Qué idea más bonita, pensé. Y ya tuve un buen motivo para hacerlo.
Los primeros intentos
Mi marido se ofreció a enseñarme a montar en bicicleta. No me ha querido decir si en ese momento era realmente consciente de dónde se estaba metiendo. Fue un camino largo y yo no estaba especialmente motivada. Le dí muchas vueltas a la cabeza antes de empezar y sabía que me sentiría incómoda. Cuando practicas ciclismo al aire libre, te observan extraños y curiosos mientras los niños pequeños te adelantan en sus bicicletas. Para aprender finalmente a montar en bici, tuve que salir de mi zona de confort y desconectar de mi entorno.
Nuestra primera clase tuvo lugar en el verano de 2019, ya incluso antes de prometernos. Me pareció una buena idea aprender a montar en bicicleta, y de paso una buena prueba de estrés para nuestra relación. Porque si podíamos sobrevivir a esta aventura ciclista, podríamos superar cualquier cosa. Estábamos en el Parque Rehberge de Berlín y el tiempo era cálido y soleado. Pero eso también significaba que había mucha gente en el parque. Exactamente lo que me temía, aunque conseguí no darle mucha importancia (siempre que no se interpusieran en mi camino y terminara atropellando a alguien, claro). Pero, por suerte, ¡no pasó nada!
Durante mis primeros intentos, mi marido sujetaba la bicicleta ligeramente para que no me cayera. Pero conseguí encontrar el equilibrio con relativa rapidez. Llegó el momento en que pude girar a la izquierda y a la derecha. Todavía no conseguía muy bien arrancar y frenar, pero en general los primeros intentos resultaron un éxito.
Mi bicicleta y nuestra relación intermitente
Echando la vista atrás, creo que mi falta de motivación fue mi principal enemigo. En cuanto empezó a refrescar, no quise seguir practicando con la bici. En otoño lo dejé por completo y no volví a practicar hasta el verano siguiente.
Dicen que nunca se olvida cómo montar en bici. También yo me sorprendí al comprobar que mi cerebro había memorizado los movimientos. Pude volver a mantener el equilibrio con relativa rapidez y dar mis vueltas por el parque sin ayuda, aunque el paseo en sí mismo resultaba agotador. Todo mi cuerpo estaba siempre en tensión y mentalmente tenía que concentrarme mucho.
Aprendí a frenar el verano siguiente, aunque no siempre quedara elegante. También conseguí esquivar a los peatones (esto era especialmente importante para mí, porque si hubiera atropellado a alguien, eso habría supuesto no volver a subirme a la bici). Todavía necesitaba ayuda para arrancar. Pero a pesar de todos los logros, me tenía que obligar a montar en bicicleta. Llegó el otoño y volví a hacerle ghosting a mi bici.
Última parada: Central Park, Nueva York
Después de reservar los billetes a EE. UU., decidí firmemente no jugar más con los sentimientos de mi bicicleta. Volví a practicar con diligencia y me enfrenté a mi mayor reto: arrancar. Después de numerosos intentos, lo cierto es que funcionó unas cuantas veces, pero seguía sintiéndome insegura.
Cuando llegamos a Central Park, el tiempo no podía ser peor. Hacía frío y llovía. También había mucha gente, mucha más que en el Parque Rehberge de Berlín. No fue un paseo fácil. Tuve que frenar con frecuencia y volver a arrancar (lo que aún a día de hoy me sigue costando) para sortear la gran multitud. Pero seguí adelante con mi plan a pesar de todos los obstáculos. Al final, acabé empapada por la lluvia y llena de orgullo.
Mi conclusión
Tardé tres años en aprender por fin a montar en bicicleta. Mi falta de motivación fue la principal razón por la que me llevó tanto tiempo. Lo que más me ayudó fue centrarme en mí misma y tener una fecha concreta en el horizonte, como era mi viaje a Estados Unidos, para ponerme a trabajar. Si tú también estás pensando en aprender algo nuevo, ¡anímate! No será fácil, pero sin duda valdrá la pena.
Para saber más sobre este tema en foodspring:
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Fuentes del artículo
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