Mi primera (y probablemente última) sesión de hot yoga

¿Relajación o puro estrés?
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Una donna suda facendo Hot yoga Tom Werner

La sesión de yoga duró 90 minutos y maldije cada uno de ellos. Pero vamos por partes. Hay que reconocer que llegué tarde a la fiesta cuando decidí apuntarme a una clase de hot yoga*. Me gusta mucho practicar yoga, sobre todo como equilibrio a mi entrenamiento de fuerza, pero hasta ahora nunca había sentido la necesidad de sacar mi esterilla a 40 grados de temperatura. Sin embargo, la repentina llegada del otoño y los cielos grises sobre Berlín que lo acompañan parecían la razón perfecta para darle una oportunidad.

Soy muy friolera y tengo muchas ganas de escapar del frío en este lluvioso sábado de septiembre. Mientras preparo la mochila con entusiasmo, todavía no tengo ni idea de lo que me espera. Lo único que tengo claro es que se trata de hot yoga, es decir, 26 asanas que se realizan de pie, sentado y tumbado en una sala a temperatura elevada. Para ir a lo seguro llevo unos pantalones deportivos cortos y otros largos, una toalla, una botella de agua y mi esterilla de yoga. Hasta aquí todo bien.

Al llegar al estudio, donde la mayoría de la gente ya está charlando en grupo, todavía no tengo claro si llevar pantalones cortos o mis leggings de yoga. Le pido a la profesora de yoga su recomendación. Con una sonrisa relajada, evade mi pregunta. “Esto va a ser como si estuvieras en la playa”, dice. Así que, como nunca he ido a la playa con leggings, decido llevar pantalones cortos, está claro.

Unos 15 minutos antes del inicio, entro en la sala con la toalla y la esterilla. El calor me golpea inmediatamente. La amplia y larga sala está ya muy llena. Las esterillas están colocadas en dos filas y en la pared de enfrente hay un gran espejo. Por supuesto, los asientos de la última fila ya están ocupados, así que no tengo más remedio que sentarme delante, en el centro. Me pongo cómoda, sentada con las piernas cruzadas en posición de loto y trato de olvidarme de la sala abarrotada, adentrarme en mi mente y acostumbrarme al calor. Hay mucha tranquilidad, pero aún no puedo desconectar del todo. Una y otra vez me sorprendo mirando a mi alrededor. ¿Qué ropa deportiva llevan los demás? ¿Por qué la mayoría tienen sus esterillas completamente enterradas bajo enormes toallas y la mía no cubre ni la mitad? La profesora de yoga comienza la clase, echa un poco de lavanda en la sala y aquí terminan mis reflexiones.“Qué bien que haya tanta gente hoy, así subirá enseguida la temperatura todavía más”, dice riendo. Algunos asienten riendo entre dientes. A mí me cuesta devolver la sonrisa. ¿Más temperatura aún? Ya estoy empezando a sudar.

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Empezamos con un ejercicio de respiración, todo sigue bastante relajado. Después de unas cuantas flexiones hacia delante y hacia atrás para preparar la columna vertebral, continuamos con las tres variaciones diferentes de Utkatasana, combinaciones de cuclillas y de puntillas, y ya noto que puedo olvidarme de la relajación que esperaba. (En este punto me gustaría advertirte de una cosa: asegúrate de quitarte el maquillaje antes de hacer hot yoga si no quieres salir de la sala como un oso panda). En la postura de Garudasana, la postura del águila, en la que envuelves una pierna alrededor de la otra, la desesperación se apodera lentamente de mí. El sudor corre por mis piernas y es casi imposible mantener esta posición de forma estable. Aunque la profesora se pasea de vez en cuando por la sala para corregirnos, básicamente nos dice una y otra vez que nos miremos en el gran espejo. De esta manera se supone que controlamos visualmente nuestra postura, mientras que otras asanas, como el arco de pie, desafían nuestro equilibrio. Practicamos las posturas una tras otra y me siento como si estuviera tachando ítems de una lista. Al “bajar del árbol” (Vrksasana) en cuclillas, noto claramente que mi circulación se va haciendo notar y me siento bastante mareada. Todo el sube y baja me dificulta concentrarme en mi cuerpo y mi respiración. El calor se hace más intenso y, de repente, comprendo por qué la mayoría de gente ha traído toallas tan grandes. No sé cuándo fue la última vez que sudé de esta forma. ¿Cómo se supone que voy a soportar esto durante 90 minutos?

Y no es solo la temperatura lo que me molesta. Nuestra profesora habla tan rápido y con tanta energía que apenas puedo entender una palabra. Instrucciones como cogerse el pie, la espinilla o cualquier otra parte del cuerpo, no las puedo poner en práctica en absoluto. El sudor lo hace imposible, mis manos resbalan una y otra vez. Poco a poco me voy impacientando. ¿Cómo se las arreglan los demás a mi alrededor? Parece que de ninguna forma, porque una y otra vez veo a la gente abandonar la sala o adoptar la postura del niño. En algún momento también decido no seguir las tan rápidamente cambiantes instrucciones y vuelvo a la postura del loto durante un rato. Intento calmar mi respiración, lo que no resulta nada fácil con este calor tan pegajoso. La alumna que está a mi lado no pone caras y realiza todas las asanas con éxito. En el arco tumbado (Dhanurasana) llego a la conclusión de que su columna vertebral debe ser de goma. Pienso que se está chuleando, aunque sé muy bien que lo único que tengo es envidia de su tranquilidad y resistencia. Me pregunto cuántas veces lo ha hecho antes y si será más fácil en algún momento.

Cuando por fin se nos permite hacer Shavasana, mi botella de agua ya está vacía, estoy más sudada que nunca en mi vida y nada relajada. Solo quiero tomar un poco de aire fresco y anhelo el frío que me espera fuera. La profesora de yoga vuelve a rociar un poco de lavanda, lo que solo mejora ligeramente las cosas y tampoco hace que se consiga la calma habitual en Shavasana. Nuestra profesora sigue dando más instrucciones para una supuesta relajación a su ritmo de habla habitual. Rechazo decididamente su propuesta de quedarme en el calor tras el final de la clase para reflexionar. Enrollo mi esterilla, que ahora necesita un lavado urgente, y salgo de la habitación.

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En la zona de la entrada, disfruto del aire fresco que fluye desde el exterior y me tomo un momento para aclimatarme. De todos modos, las duchas ya están irremediablemente abarrotadas y me doy cuenta con horror de que he olvidado mis chanclas. Para que todo esto no te pase a ti, he preparado una lista de control para tu primera clase de hot yoga.

  • Dos toallas grandes. Una para tu esterilla, una para la ducha.
  • Chanclas y todo lo necesario para ducharte.
  • Ropa deportiva corta. Muy corta y la menos posible, porque, creedme, no solo va a hacer calor, va a ser achicharrante.
  • Una botella de agua realmente grande. Debes beber siempre que te apetezca y no solo durante las pausas “oficiales” para beber.

Te recomiendo que solo participes en los 90 minutos de hot yoga si ya tienes experiencia con el yoga. La paciencia también es importante. Aunque no me relajé en el sentido convencional, desconectando la mente y centrándome solo en la respiración y el movimiento, la clase de Bikram yoga me sirvió de ayuda. Vencí a mi ego tomando descansos cuando sentí la necesidad de hacerlo. Alimenté mi ambición no abandonando antes de tiempo, aunque lo pensé más de una vez. También aprendí a dejar fluir las emociones, aunque es cierto que era más ira y frustración que otra cosa, Pero todo es cuestión de perspectiva, ¿no?

*No todas las clases de hot yoga están estructuradas de la misma manera. La clase a la que asistí se llevó a cabo en el estilo clásico, originalmente llamado Bikram yoga. Con el tiempo, el mundo del yoga ha prescindido de este nombre porque su fundador, Bikram, ha sido acusado de agredir sexualmente a sus alumnas.

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