El placer secreto de probar un deporte nuevo
Cuando era pequeña, no era muy deportista. El asma impedía que me eligieran la primera en la clase de gimnasia, y tenía tanto miedo a romperme el cuello que jamás probé siquiera a hacer una voltereta lateral. No es que fuera una niña casera (hacía esgrima, senderismo, nadaba y a menudo jugaba con mis padres al tenis y ráquetbol), pero nadie hubiera dicho que tenía un don para los deportes. Eso sí, incluso ahora, que rara vez soy la más deportista del grupo, se me conoce por mi vena competitiva. Es lo que da impulso a mis regatas de los miércoles por la tarde, mis carreras de snowboard y mis sesiones de levantamiento de pesas bien temprano por la mañana. Por eso no es de extrañar que yo misma me sorprendiera cuando me descubrí frente a una de las muchas mesas de ping pong públicas de París, con la mirada clavada en esa pequeña bola de neón, mientras me acariciaba la brisa que soplaba a última hora de la tarde.
Escogí este deporte por capricho, gracias a una compra impulsiva de 11,60 € en Decathlon. Metí el set en la canasta de mi bicicleta y procedí a llevar las palas conmigo durante unas semanas; mi bolso se inundó de ese intenso, pero reconfortante olor a goma virgen, hasta que por fin encontré a un oponente. El plan nunca había sido aprender un deporte nuevo, ni desarrollar mi coordinación mano-ojo, pero, después de unas cuantas voleas fallidas, eso es exactamente lo que empecé a hacer. Puede sonar sorprendente, o incluso a cliché, pero lo que ha resultado ser el aspecto más satisfactorio de este deporte es la relativa facilidad con la que pasé de ser una novata total a, bueno, algo menos novata. Y no me refiero a unas semanas o unos días, no. Lo conseguí en cuestión de horas.
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No es ningún secreto que convertirse en un as en un deporte requiere tiempo, dedicación, entrenamiento, nutrición, energía… esta lista podría alargarse eternamente. Pero para alguien que no tiene un don natural para los deportes pero sí una vena competitiva importante, es difícil comenzar algo nuevo por temor a que se te dé fatal. Y ahí estaba yo de pie con la pala roja en la mano. Calmé mi ansiedad y me recordé a mí misma que está bien aprender, fallar y, sobre todo, divertirse. Porque, y que no te sorprenda demasiado esto que te voy a decir, en la vida, no todo es ganar. A medida que envejeces, cuesta más tiempo conseguir ser bueno en las cosas, pero el aprendizaje puede ser un fin en sí mismo. De lo contrario, nadie comenzaría nada nuevo. Aún recuerdo el primer día que fui a hacer snowboard. La mayor parte de la mañana la pasé sentada, congelándome en mis pantalones de nieve; mis piernas se tambaleaban cuando conseguí ir de un lado a otro de la pista infantil mientras los niños pequeños pasaban a toda velocidad por mi lado sin el más mínimo temor. Ese recuerdo me vino a la cabeza durante la ola de calor de París, cuando cogí la pala y miré esa bola naranja neón que se me resistía. Pero en lugar de repetir el papel de la treintañera con el culo frío, canalicé toda la seguridad de aquellos niños… y seguí sin mejorar mucho.
Pero la práctica hace al maestro. O al menos a alguien competente. Para llegar ahí, tuve que ajustar mis expectativas. En lugar de intentar ganar, el objetivo era divertirme. La persona que estaba frente a mí no era mi rival, sino mi compañera. Esa mentalidad me ayudó a abandonar los saques excesivamente potentes similares a los del tenis (que normalmente se iban fuera de todos modos) y cambiarlos por emocionantes voleas que duraban más de un minuto. No es que me convirtiera en una profesional en cuestión de horas, pero dejar a un lado la necesidad de triunfar y centrarme en divertirme me permitió mejorar. Tampoco es que de repente estuviera haciendo cardio de alta intensidad como una atleta profesional de tenis de mesa, pero me movía, me reía y estaba mejorando. Mejoré la coordinación ojo-mano y la concentración, y me di cuenta de que, con algunos consejos muy oportunos que me dio un amigo (que básicamente es un profesional del ping pong), mejoré rápidamente.
Cuando me di cuenta de que no siempre se trata de ser bueno en algo, me sentí un poco como Judas. Después de todo, mi trabajo consiste, en parte, en ayudar a la gente a lograr su máximo rendimiento. En mi sector, la gente lleva como insignia de honor sus marcas de una repetición máxima y de maratón. Sí, los principiantes son bienvenidos, pero hay un entendimiento tácito de que el objetivo final es la maestría. Sin embargo, mi experiencia con el ping pong me ha enseñado que a veces es importante simplemente ser; disfrutar del fitness y del deporte con la fascinación propia de un niño. Ahora mis palas se pasean por la ciudad conmigo, se cuelan en casi cualquier bolso, listas para ser utilizadas en cualquier momento, ya sea para pasar el rato haciendo ejercicio con amigos o incluso para jugar con un desconocido.
No es de extrañar que un estudio de la Universidad de Berkley diga que el ejercicio puede hacer que tu cerebro sea más sensible al placer, que «nuestros cerebros cambian a medida que envejecemos, y que los adultos pierden hasta el 13 % de los receptores de dopamina en el sistema de recompensa con cada década que pasa». Pero cuando hacemos ejercicio, nuestros cerebros no muestran el mismo desgaste. No es que mi ping pong contara como el cardio que se ve en las pistas del Campeonato Mundial de Tenis de Mesa, pero me reía, sonreía y me divertía de forma desinhibida, y la ciencia simplemente lo demuestra. El movimiento es movimiento, y si puedes desconectar lo suficiente como para vivir el momento, usar tu cuerpo y disfrutar, es muy probable que notes los beneficios.
¿Soy una profesional del ping pong? No. ¿Aprendí una nueva habilidad rápidamente y obtuve los beneficios mentales y físicos? Sí. Todavía hago mis repeticiones por la mañana y desarrollo mis músculos con esfuerzo y Proteína whey. Pero estoy encontrando maneras de insuflar diversión a mi rutina de ejercicios, y mi coordinación mano-ojo me lo está agradeciendo. Mi éxito no es que pasé de empezar de cero a ser una heroína; mi éxito es saber que desarrollé una nueva habilidad en el tiempo que me lleva ver dos episodios de Star Trek: La nueva generación. Y eso es algo que me ha traído alegría, que me ha ayudado a registrar un aumento de mi ritmo cardíaco en mi Whoop y que me ha proporcionado la satisfacción secreta de saber que si tuviéramos que elegir equipos de ping pong para la clase de gimnasia, no sería elegida la última.
Encuentra tu propio Ping Pong, es decir, esa actividad divertida en la que puedes sobresalir:
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